martes, octubre 23, 2007

La torre de Kcho

En cierto momento crítico aparece, de entre los escombros y las cloacas de la ciudad, el artista maduro, experto en las intrigas palaciegas, curtido en los rigores de larguísimos períodos especiales; el delegado y confidente, que a veces, como Velázquez, llega a ser amo de llaves. Los feos tableaux del sufrimiento, que habían permanecido ocultos bajo una capa de barniz en las imágenes superferolíticas del fascismo ingenuo, salen ahora a la galería, y a nadie parece importarle lo que revelan.

La ciudad, que había evitado astutamente el bombardeo liberador, se ha desmoronado sola y está cubierta de cráteres y solares, aparecidos como por generación espontánea. Es un paisaje postbellum, aunque la batalla fuera sólo de ideas y el conflicto apenas una guerra anunciada. La autoagresión dejó bajas reales entre los nobles edificios; pero las más odiosas cicatrices cubren el alma del artista.

Allí emerge un estado límite –la hipertrofia del choteo, que había aislado antes como el ingrediente ancilar de nuestro espíritu, aunque no llegara a manifestarse en el arte. (De hecho, en el estadio a que hago referencia, el artista abandona la pintura de una vez y por todas: en contraste con Flavio Garciandía, que se sirve aún de ese medio anticuado para realizar sus melancólicos comentarios post-pictóricos, los jóvenes artistas se desplazan resueltamente hacia una neo-carpintería analítica). Designaremos el estado límite de hipertrofia del choteo como anaideia, y tomaremos a Kcho como su paradigma

Diremos que es el “descaro cínico”, y lo ilustraremos con tres ejemplos: el artista abraza al Líder; le sostiene la mano temblequeante para que tire una firma sobre la tela; busca el contacto y la fotografía –son vistos juntos; celebran cumpleaños y bautizos en familia. Esta familiaridad no puede ser sino el resultado de la práctica artística de la anaideia, o lo que Virgilio Piñera –en su obra póstuma– tituló “una broma colosal”.

Trasladada al terreno estético veremos que Kcho retoma la imagen femenina como arquetipo –la Zaida del Río de Todo lo que necesitas es amor, pero idealizada y descarnada–, y levanta con ella A los ojos de la Historia (1992), una obra de restauración simbólica. Ya no se trata de superadas campesinas hiperrrealistas, sino de los huesos formales del fascismo, trenzados en la figura escueta de la Torre, el arcano mayor que le sirve de lema.

El carpintero, como un encocainado agrimensor, habla ahora de la construcción del socialismo en el argot de la ingeniería social, y construye su castillo en el aire. La Torre está hecha con los puntales que sostuvieron las ruinas de la urbe, bombardeada durante la batalla imaginaria. Mientras que artistas menos elocuentes se conforman con comentar el fracaso de nuestro pasado artístico (ver Una visita al museo de arte tropical,1995; de Garciandía), Kcho osa dirigir su comentario hacia el futuro. La Torre de Tatlin de sus instalaciones regresa simbólicamente al futurismo (la enfermedad del siglo) y se presenta como monumento a la Utopía y aberración de una Internacional milenarista: la torre de palo a secas, después de todo, no es más que la campesina transfigurada en Torre de marfil, Virgo singularis y Madre de los Mártires.

Es en esta estapa cuando, ganada por fin la Batalla de Ideas, el tiempo se vuelve también ideal. Su duración y su flecha pierden sentido, ignoramos si marcha hacia adelante o hacia atrás: las espiras apuntaladas de la atalaya, en abierto desafío de la gravedad, se empinan con un retorcimiento giratorio.

Y nótese que no aludimos aquí al tiempo cíclico de las sagas, que había refutado Borges en su Pierre Menard, sino al Tiempo que no fluye, a un universo cerrado, también llamado Gödel Universe, donde no pasa nada por principio.

Mientras tanto, en A los ojos de la Historia, la hetaira se ha replegado al clandestinaje de una masonería que la oculta y a la vez la revela –manteniéndose siempre dentro del campo de posibilidades expresivas del fascismo, pero sin perder de vista, en la Torre o en la Virgen, el misterio supremo de su credo.

Néstor Díaz de Villegas
Los Angeles

Fragmentos de "Die gemalte Hure, oder: Warnung vor einer heiligen Nutte", incluido en Die leere Utopie. Intellektuelle und Staat in Kuba (La utopía vacía. Intelectuales y Estado en Cuba), Leykam, Graz, 2005, antología compilada por el escritor cubano Carlos A. Aguilera y traducida al alemán por Udo Kawasser.

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lunes, octubre 15, 2007

A propósito de Tomás Sánchez

Su éxito comercial es el mejor comentario sobre su obra. Debajo de todos esos matorrales –y aunque esté implícito– debería colocarse un cartel que dijera "sin palabras", pues la mudez es su esencia.
Virgilio habla, en Presiones y diamantes, de una especie de viaje turístico o campismo profundo que la burguesía cubana emprendió en las postrimerías de la República. Nunca sabremos hacia dónde se dirigían –a horcajadas sobre témpanos de hielo– nuestros escapistas, aunque sí conocemos qué le pasó al país de donde escapaban. He imaginado muchas veces que huyeron a una caleta de Tomás Sánchez.
Las intenciones de la burguesía miamense al invertir una millonada en un acrílico inane no son distintas: volar lejos, a una Cuba precolombina, anterior a Miami; anterior, incluso, a nuestro pasado ibérico; a un lugar donde, según cuenta el Padre Las Casas, se podía marchar muchas leguas debajo de las frondas.
Es decir: al Paraíso.
En el bosque primordial del último Tomás Sánchez, la burguesía borrada ha llegado a decir con el Friedrich Nietzsche de la Genealogía: “¡Fuera yo!” Y esa renuncia del ego emparenta al pintor de manglares con el budista shopenhaueriano de los primeros basureros. Sus plácidas lacunae mentis pueden adornar lo mismo un comedor de Kendall que la cubierta de un CD de Pablito o una oficina del Comité Central.
¿No será Tomás Sánchez otro acuarelista de lo antillano? ¿Acaso no hay algo intrínsecamente batistiano en lo acomodaticio de esos paisajes que van tan bien con un juego de living?

Néstor Díaz de Villegas
Los Angeles

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viernes, octubre 12, 2007

In memoriam

Conocí a Carlos Victoria cuando lo del Mariel. Siempre tuvo ese narizón enorme que lo hacía lucir como un cuadro de Archimboldo: sus ojos pequeños eran guisantes, mientras que en el centro del rostro sobresalía un pimiento morrón perpetuamente enrojecido por el alcohol, que, ya en aquel entonces, el escritor ingería en cantidades oceánicas.
Creo que fuimos juntos un par de veces a Trece Botones, una discoteca gay del Miami remoto. Pasábamos la noche con Reinaldo Arenas y otros muchachones que lo acompañaban. Carlitos era tímido, y no frecuentaba los bares, ni los parques, ni el Cuarto Oscuro. Nadie supo nunca a ciencia cierta quién era. Una invariable cerrazón lo mantenía constantemente apartado del mundo. Era como el niño de la burbuja, y según creo, ni siquiera llegó a residir nunca completamente en los Estados Unidos.
Aunque tampoco me lo imaginaba en Cuba. Perteneció a esa generación de artistas que, como gorriones de Mao, la Revolución obligó a volar lejos de su habitat, hasta reventarlos. No tuvieron respiro, ni pudieron llegar. Cuando entraron a la Universidad, los expulsaron. Y cuando salieron a la calle, los encarcelaron. Después los deportaron, y los mandaron a ese campo de concentración que es Miami. El Exilio se presentaba como un inmenso arrozal donde, ya por costumbre o por miedo, evitaron posarse. Muchos artistas desauciados y desconocidos deambulan por las calles de la ciudad: son como muertos vivos, y algo de eso había también en Carlitos Victoria.
Tenía una madre loca que cuidaba en algún punto de la urbe con ejemplar dedicación. Pasó casi todos los años de su vida entre el cajón de concreto que mira a una estúpida bahía y las habitaciones de una enferma, rodeado del inmenso cero que fue Miami para él. Ese vacío se cuela por los intersticios de sus libros, donde siempre falta algo, y donde la escritura misma se nutre de omisiones. Carlito se separó formalmente de su maestro, el desbordante Reinaldo Arenas, y siguió su propio camino de penitencia, amarrado a la máquina de escritura como si fuera un pulmón de hierro que lo mantuvo vivo artificialmente.
Su escritura es la del hombre triste, sin cualidades, para quien la literatura es un páramo. Su único orgullo, la redacción notarial y consuetudinaria de los eventos de una vida miamense truncada por una sola desgracia incalculable. No hubo persona más extraña a las pasiones humanas ni más desengañada del mundo, pero la amistad y la compasión eran sus constantes. Era una sombra mucho antes de abandonarnos, y ahora se ha burlado del cáncer con una sobredosis de Tylenol.

Néstor Díaz de Villegas
Los Angeles

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lunes, octubre 08, 2007

Herejes del absoluto

En La Historia me absolverá Fidel Castro hace la crítica del concepto de “revolución” batistiana. Pero este tipo de revolución provocó un mínimo de entropía, de derramamiento de sangre, y un módico de desintegración. La revolución batistiana (1952-1958) recreó la nación y fortaleció su espíritu.
Batista nunca contó personalmente con la adhesión del pueblo, ni buscó el culto a su persona. No hubo, en propiedad, “batistianos”: los “batistianos” son una creación de los castristas. La polis batistiana lo fue por efecto de sus productos, de sus obras y de sus estructuras.
Hubo, sin embargo, fanáticos de Eddy Chibás. El fanatismo personalista puso un vaso de agua encima del aparato de radio. Pero Batista nunca contó con el tipo de adhesión ortodoxa. Su gobierno, a pesar de los golpes, fue “impersonal”.
No hubo batistato: los que se fueron en 1959 formaban un grupo heterodoxo, sin ninguna fidelidad personal al gobernante, en contraste con los castristas, que demandaron adhesión absoluta desde el principio.
Lo absoluto y homogeneizado del castrismo buscaba un efecto calculado: el efecto de lo universal. (Herbert Mattews fue el primero en caer bajo el embrujo de ese efecto calculado, al pasarle las escasas tropas rebeldes por delante, una y otra vez, en un trompe l’oeil). Pero la ausencia (o falta) de apoyo o adhesión totalitaria a “lo batistiano” se evidencia en la ausencia de “batistianos”. Ese defecto –que es un “efecto” castrista– buscó descalificar de antemano al batistato como algo inferior, deficiente y espurio.
Se trataba de una estratagema de mercado: la misma aceptación y aprobación universal (que Francis Fukuyama rastrea en el concepto platónico de thymos) a que aspiran, y por la que compiten, las mercancías. En esta cualidad humanoide consiste eso que Marx ha llamado “fetichismo”, es decir, el automatismo universal de un objeto provisto de alma. Y el alma no es más que el puro “deseo” de reconocimiento que el mercado insufla en la materia.
El capitalismo es el eterno aprendiz de brujo; sólo que, cuando la mercancía es un Fidel Castro (Matthews) o un Ché Guevara (Korda, Feltrinelli, Soderberg), ficción e historia se conjugan en la creación de un golem. A fin de “descontinuar” el batistato y sus productos, se hizo coincidir el día del Triunfo (por órdenes expresas del departamento de efectos especiales) con la entrada de los Reyes Magos. Entonces los ratings o marcadores de reconocimiento arrojaron cifras absolutas: todos fuimos fidelistas.

Y en lo adelante, sólo podremos ser “arrepentidos”, renegados o herejes del absoluto. Consúltense las biografías de varios autores modernos según la versión oficialista: Reinaldo Arenas, Heberto Padilla, Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Lezama Lima, Virgilio Piñera, etc., donde se rastrea el momento de adhesión en que los poetas fueron también consumidores de ilusión. Es un dato capital en sus biografías: son autores que “dejaron de creer en los Reyes” (o en el Rey), siendo ésta una modalidad del desengaño que concuerda con el ambiente familiar y comercial cubano-norteamericano.
El niño vive bajo la impresión de que tres barbudos entraron al hogar minimizados, escondidos y cargados de regalos: Melchor, Gaspar y Baltasar. (Uno de ellos es negro, en representación de nuestros antepasados africanos, de Nigricia o Etiopía). Pero los tres son, en realidad, el mismo: Papá Noel, Santa Claus, pues las tres personas representan las tres substancias –oro, incienso y mirra = materia, alma y espíritu– previas al proceso de “individuación”.
Un día, durante la ceremonia de transferencia, el niño descubre a sus padres en cuatro patas, mientras abandonan la habitación a hurtadillas, luego de colocar juguetes debajo de la cama. Es el momento de desmitificación y descubrimiento. Se rompe el hechizo, se devela el misterio, termina oficialmente la infancia. El niño entra abruptamente en el reino de la materia, de las mercancías, de las relaciones de producción capitalistas. Esta es la verdadera entrada a la adultez, el primer desengaño y la iniciación anterior a la primera comunión, el bar mitzvah, la graduación de secundaria o la primera eyaculación. Y los padres, caminando como “reyes magos”a gatas por el cuarto oscuro, son percibidos como farsantes.
Todavía hoy, será castrista aquel que se adhiera a la versión heroica y mítica del “derrocamiento de la dictadura batistiana”, y al dogma de la “necesidad” de la revolución totalitaria.

Néstor Díaz de Villegas
Los Angeles

Foto: B. Corrales: El imitador de Castro, Armando Roblán (izquierda) y Fidel Castro en una de sus apariciones juntos en La Habana en 1959. Tomado de I was Cuba.

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Relicario

Elisa descorre el pálido muaré del cortinaje
broca rumberos en canutillos áureos
el ojo del amo contempla el lomo del caballo
sin que los cascos lleguen a completar un hipódromo
la vida burguesa es fecunda en bocadillos
cabalgando aupados de muñequitos capitalistas
las canastas embridan pelandrujas veterotestamentarias
sin palanca la noche correrá sola y desbocada
el agua hirviente que desborda el caldero
sirve de motor a la historia de los escombros dispuestos
frente al Ayuntamiento y los diez animales
pacen a la lumbre que cae sobre la grasa
desde el reflector gigante que colma el Capitolio
esas cabras pacientes huirán destronadas
anegadas de pólvora y polvorones dulces
dispuestos en botellas sobre el mostrador transparente
atrapada una mosca recorre alunizada
el mazapán redondeado de quebrantadas llanuras
perceptibles al ojo que trasiega en historia
de vaqueros, semitas, triángulos, quemaduras
por el foco perenne que calienta la caja
donde duermen pechugas, croquetas, empanadillas
y una gota de sangre de Fulgencio Batista.

Néstor Díaz de Villegas

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miércoles, octubre 03, 2007

Todo lo que necesitas es amor

Reverso de Marat at son dernier soupir, la joven pintora Zaida del Río aparece allí como la Carlota Corday omitida. Desaparece el mártir, y en su lugar emerge la encantadora asesina.
En cuanto a la necesidad del realismo como vehículo de representación de la actualidad revolucionaria, bastaría señalar que las mismas circunstancias que posibilitaron la aparición del naturalismo davidiano regresan en el momento de la concepción del retrato de Zaida. Nuestra versión sui generis y sólo circunstancialmente fotográfica del realismo socialista alcanza su apogeo en el naturalismo de Todo lo que usted necesita es amor. La “guajira” es representada como Bauersfräulein, y en tal sentido el cuadro de Flavio Garciandía es la apología de un Volkskunde cubano y ejemplo clásico de arte fascista.
Parodiando otros oportunismos, el pintor hace un guiño al público y a las autoridades del Ministerio de Cultura: adopta el lenguaje del Entartetekunst, pero da a la policía lo que la policía quiere “ver”. Aunque, llegado el momento en que la oposición hace hipóstasis como avant-garde, en su calidad de excedente de las energías reprimidas del Sistema, el realista (político o artístico) estará mejor equipado (lo mismo que el David tardío del período napoleónico) para dar el salto y situarse a la cabeza de la Restauración, debido, precisamente, a que antes había entendido el papel del Politburó como marchand. Mientras sus contemporáneos se debatían entre lealtades políticas y estilísticas, el “realista” consiguía resolver el dilema discretamente.
Por otra parte, un artista que domine los medios de producción –los medios de (re)producción– asumirá también, naturalmente, las tareas de funcionario o apparatchik de la representación global –y no sólo de la fantasmagoría local. El artista deviene “decorador” general: el visionario que apuntala las conmemoraciones oficiales con su genio para la coartada figurativa.

Grund und Boden
Regresando al cuadro: el mismo ángulo de la cabeza, el mismo distenderse de Marat, pero aplicados a la satisfacción femenina que precede al crimen, a la petite mort. En lugar del dernier soupir, Zaida exhala el resuello que precede al orgasmo: ella es lo Eterno Femenino triunfando sobre la pesadez martirológica de la iconografía revolucionaria.
Si impusiéramos una imagen reciente de la pintora a ese icono antiguo, a la manera en que Warhol reiteró a Marilyn en sus serigrafías, aparecería el holograma de la Revolución. Y es que el retrato de Zaida tendida sobre el césped de Cubanacán resume todo lo que aquella tuvo de victorioso: como cuarta Lucía, encarna la liberación sexual; como matrona de los nuevos salones, el triunfo de la educación artística.
Hasta podría permitírsele al césped –el Grund und Boden que sirve de fundamento a la imagen– convertirse en el verdadero protagonista: campos de Country Club, otrora hollados por los espectros de la República, que en el lapso de una mala estación vieron agostarse su verdor; testigos de la apoteosis y la ruina de las circulares de Porro y Garatti, y de la llegada y la partida de los niños artistas de la Revolución.
El de Todo lo que usted necesita es amor es un pasto formado en los rigores de la jardinería filistea, Naturaleza sometida por la razón y obligada a servir de paño en el almuerzo campestre, o de tablero en el juego de pelota. Sobre ese césped aparece reclinada la lujuria satisfecha de la Gran Ramera: la huella que deje su cuerpo en la hierba será el agroglifo de Ana Mendieta. No es extraño, entonces, que Ana regresara a una época bárbara para encontrar la marca de nuestros tiempos.
Como las manos delineadas en las paredes de las cavernas, nuestro arte fascista dejó su huella sobre la hierba. Un estuve allí ominoso. Conmovedor recordatorio del paso de los bárbaros por el Country.

La Virgen
Con los años, el cuadro ha llegado a representar toda la pintura cubana –la hetaira pintarrajeada que va a venderse al mercado artístico. Para insinuarse al dealer, debe lucir exótica. Como mismo adquirió acento caribeño, ha debido fingir, eventualmente, el acento Zeitgeist, minimalista, posmoderno, hiperrealista y transnacional. Ha sido todo para todos. En los 80 vestía harapos de Sottsass; hoy, estampados retro. Flavio Garciandía representa este “pimping” o chulería estilística, que atañe igualmente al coleccionista y al pusher como arquetipos de un proxenetismo ilustrado.
Todo lo que usted necesita es amor es entonces la imagen de la pintura cubana en estado de inocencia, antes de convertirse en concupiscente puta pintada; y también, sin proponérselo, la efigie de la Revolución antes de la decadencia –la de los bellos ideales–, previa a la revelación pública de sus campos y de sus cámaras.
El arte –fetiche por excelencia– es sólo el vehículo, el caballo para vender otra mercancía; y nuestro pintor descubrió temprano cuál era ese commodity: la infinita intercambiabilidad de contextos y de formas. Lo que se vende hoy como arte cubano es una nebulosa disponibilidad y disposición; una atopia; un “no pertenecer” o “estar-en-ninguna-parte”, que es la esencia del arte moderno. Flavio, el nuevo artista, representa el vacío de valor, la ausencia de significado, y un eigenvalue que incluso puede estar en más de un lugar al mismo tiempo.
Por último, podría objetarse que el cuadro no se parece a la pintura fascista. Basta darle tiempo y se parecerá. Cuando el sistema actual se aleje de nosotros a velocidad constante, las palabras se rebajarán (como se encojen las reglas y se atrasan los relojes), y del hiperrealismo socialista sólo quedará el viejo, sucio y mañoso realismo.

Néstor Díaz de Villegas
Los Ángeles

Imagen: Flavio Garciandía: Todo lo que usted necesita es amor
1975, óleo s/ tela, 150 x 250 cm

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viernes, agosto 31, 2007

El velorio de Pérez Roura

Mi teoría es que Fidel Castro falleció hace un año; que es cadáver desde que se anunció el traspaso de poderes; que el que sale en pantalla es un simulacro. Tenemos el vídeo de un muñeco vestido de deportista que marcha en su sitio, y otro de un espantajo que abraza a un asiático de dientes demasiado postizos como para creer que se trata de un auténtico ministro anamita. Conozco un autómata llamado Zoltán que tira las cartas en Bayside con el mismo tono cerúleo en la piel.
Nadie que haya sufrido a Fidel Castro creerá que el Máximo Líder se resignó a residir en las entrañas de un policlínico; ni que obedece las órdenes (¡Fidel obedeciendo órdenes!) de su doctor: “¡Nada de apariciones públicas por el momento, Comandante!” Prohibirle las apariciones públicas a Fidel no es lo mismo que quitarle la sal o la manteca de puerco, se trata más bien de ponerle un espejo delante a Drácula. Porque Fidel y sus apariciones son una y la misma cosa.
Pero, ¿no quedamos en que una vez muerto el perro se acabaría la rabia? Mas he aquí que Fidel ha muerto y no pasó nada. Si el Partido decidiera declararlo inmortal, ¿cuántos años viviríamos todavía como si existiera? Lo importante, entonces, es lo que no pasó, y lo que sigue sin pasar. Si hubiera cambios, éstos atañerían a los cubanos de adentro, porque los de afuera hemos recalado en un castrismo estacionario. De vez en cuando el exilio reacciona a los impulsos eléctricos de unos rumores que le recorren el espinazo y lo obligan a convulsionarse involuntariamente. Pero eso es todo. También los espiritistas, o los asistentes a un bembé, “pasan muertos”.
Achaco nuestra catatonia o rigor mortis a una excesiva dependencia de la radio de amplitud modulada. El exilio, que no pudo fundar un periódico o un canal de televisión –ni siquiera una editora de libros o un suplemento literario que se respeten–, ha tenido un éxito sostenido en el más anticuado de los medios: machacamos constantes en la misma frecuencia de Clavelito, Chibás y Tres Patines. Pero es un hecho que la radio –aún la del podcasting global– es incapaz de abarcar ya el radio de “lo cubano”.
Desde que llegué a tierras de libertad escucho las “reflexiones” de un Locutor en Jefe que ha saturado la opinión pública durante más de cuatro décadas. Sin embargo, sus ratings siguen siendo altísimos y el público parece no cansarse de él. No cuestiono aquí la justicia o la autenticidad de los “Tome nota”, que cada mañana, camino de la factoría, aceptaba en el receptor de mi automóvil, inmediatamente después de oír las predicciones de Walter Mercado. Apunto más bien a su dudoso efecto en nuestra capacidad de acción y reacción; a la necesaria obsolencia y estulticia de unas arengas concebidas por la vieja escuela de patriotismo; a la ansiedad colectiva que es transmutada a diario en estado de conciencia; a la dependencia enfermiza del “pueblo” y sus micrófonos.
En cada crisis desde el Mariel –pero sobre todo durante el caso Elián–, nuestra imagen resultó severamente deformada por la interferencia de la radio. Es más: la radio tiene un efecto deformante en nuestra misma esencia. Por mucho que Marshall McLuhan y Tad Szulc repitan que Fidel Castro fue el genio de la televisión, en realidad se trató siempre de la radio reinterpretada por las cámaras, de unos micrófonos televisados. Fidel ha sido el genio de la radio hipertrofiada, y de eso que Manu Chao (sagaz neocastrista) ha llamado acertadamente Radio Bemba.
Tal vez con Fidel no sucumba únicamente una dictadura, sino una escuela de comunicaciones y un sistema de rumores que gobernaron nuestras vidas y cada una de nuestras acciones. Por eso sospecho que con la muerte de Fidel comienza el velorio de Pérez Roura. De ser así, no habríamos escapado nunca, pues también en la Diáspora el medio se convirtió en fin: la radio, en estas “tierras de libertad”, tampoco fue capaz de conducirnos a ninguna parte. Si el medio es el mensaje, la muerte del tirano no entrará en vigor hasta que logremos apartarnos del receptor.

Néstor Díaz de Villegas
Los Angeles

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martes, agosto 07, 2007

Desencantamientos

Hay una foto antigua en la que Carlos Franqui le sostiene el micrófono a Fidel Castro. Aparece en la portada del libro Retrato de familia con Fidel. Se sabe que es Franqui, pero un Franqui borrado con aerógrafo. Un Franqui omitido. Bastó un soplo para llevárselo: es el primer fantasma de la Revolución. Todavía hoy recorre las capitales de Europa ofreciendo su versión de los hechos, sin darse cuenta de que una Revolución es “el hecho” absoluto e inmutable, el hecho que hace el derecho.
Jimmy Carter, durante su primera visita a Polonia, respondía a la pregunta de un reportero sobre si deseaba ser entrevistado, con un rotundo: “Sí, tengo deseos sexuales de entrevistas”. Carter, en su polaco macarrónico, usó el verbo incorrecto. Franqui, quien fuera responsable (en parte, aclaro, en parte) de la estetización de nuestro fascismo, fue también el causante de los más grandes deseos sexuales de entrevistas jamás vistos en la Historia.
Franqui hizo de la Revolución cubana una máquina deseante y deseable. Error subsanado –debo apresurarme a aclarar– al desencantarse Franqui con el “proceso” y tomar el camino del exilio. (El desencanto, entre nosotros, obra alternativamente como una especie de borrado o de limpieza de sangre). Que conste, no trato de poner a Franqui bajo una mala luz, sino todo lo contrario: Franqui recibió sobre sí la luz mala, cuando disparó el aerógrafo para después correr a parársele delante. Su revólver de aire ya había eliminado un buen número de personajes republicanos antes de virársele.
Muchos años después, Castro también es borrado. La falta de extrañeza, de escándalo, por este borrón, es de los hechos más notables de la nuestra historia reciente. El cubano está tan imbuido del recurrente fenómeno del “desencanto” que no se pregunta si es realmente el Encantador supremo quien nos habla desde las páginas del Granma o algún simulacro salido de los talleres Ñico López que el Partido alimenta con libretos de Carlos Aldana. Fidel borrado es como cualquier otro “separado del proceso”, como cualquier otro “desencantado”.
El hecho es que ya Castro se ha introducido en el reino de los borrados, una suerte de allanamiento metafísico –¡y metafísicos estamos todos!– inconcebible en la época en que apareció en la portada del Retrato de familia con Fidel. Ahora, un fantasma le sostiene el micrófono a otro fantasma: las proclamas, las terribles advertencias y las arengas apocalípticas bajan de las alturas por el mismo cable en que bajó de la Sierra el deux ex machina de nuestra debacle. Cuba es, por fin, Dinamarca, y el Granma, Elsinore.

Néstor Díaz de Villegas
Los Angeles

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lunes, julio 30, 2007

Macramé para el primer aniversario

En el primer aniversario del lanzamiento de este blog, nacido de una contingencia necrológica devenida circunstancia política (y cuyo nombre definitivo se debió a la brillante intervención del novelista José Manuel Prieto), abstengámonos de entusiasmos excesivos o balances precipitados y contentémonos con seguir expandiendo las pantallosas conquistas que para la libertad de opinión ha logrado Penúltimos días.
En el pasado –prematuramente remoto– quedan la gravedad del Líder, la intervención quirúrgica, la recuperación metafísica y la prosopopeya postoperativa. Ganas no faltaron en estos doce meses de atravesarle el corazón con una estaca, de apalear la iluminada consola de su cerebro electrónico o de hacer callar la cabeza parlanchina que seguía berreando desde el más allá, cual neurasténico potrico de Eraserhead en la cuna oscura de la conciencia cubana.
Los micrófonos que el Líder toqueteaba con lujuriosa insistencia se han vuelto hoy pantallas de Yahoo y otros tantos espejismos de su rúbrica inmensa. Tomemos una vez más, internautas de todos los países, en honor a PD, cualquier pretexto, cualquier punta del deshilachado tapiz rojinegro que encubre el sarcófago imperial, y consolémonos haciendo macramé epistemológico ante el ara de la Revolución castrocomunista.

1. Fidel es el cáncer de Cuba, afirmé en uno de aquellos primeros diagnósticos. La enfermedad provocó en Fidel una crisis que prefigura la que sobrevendrá a Cuba. La crisis de Fidel demostró que el cáncer podrá desatenderse e ignorarse, pero sólo hasta el minuto en que explote con toda su virulencia y haya necesidad de (literalmente) “correr con Cuba”. Tal es el escenario que tenemos delante. Las transiciones, los discursitos, los mea culpa, los subterfugios, son el trozo de carne cruda que se echa al seno carcomido. El interregno tiene todas las trazas de un chancro que haya sido tratado con emplastos de fango y telarañas. Debido a lo mórbido de la situación, a causa de su propia etiología, la Libertad de Cuba es asunto impostergable: tarde o temprano la pústula en el culo de la nación reventará y en ese caso deberá recurrirse a la cirugía de emergencia.

2. Apropiémonos ahora de un párrafo de Lisandro Otero, en La situación:
“Hablan de política que es el arte de la supervivencia. Charlatanes como todos los artesanos. En otra época ha sido ciencia de dirección. Por encima de la hijoputada máxima, ha existido el compromiso con la felicidad. (...) Aquí es una forma de alcanzar el nicho y permanecer canonizado o beatificado. La utilidad individual es lo importante. Fulanón, después de cuatro años en el Comité Central adquiere su heráldica, aunque el nombre haga aflorar sagas de cuatrerismo. No temen al tiempo. Apuestan sobre la benevolencia del medio que siempre absuelve sin juzgar.”
3. Si la democracia liberal es –como escribió Francis Fukuyama en El fin de la Historia–, “el final de la evolución ideológica humana” y “la forma final de gobierno”, entonces el batistato (como galaxia de eventos políticos que abarca tanto la Constitución del 40 como la amnistía de los atacantes del Moncada) es el fin de nuestra Historia. Un fin mucho más visible, más rotundo y marcado, por incluir el brillante espectáculo de una revolución.

4. Si el batistato tiene para nosotros el significado de “fin de la Historia”, entonces La Historia me absolverá es el documento clave, la carta magna del batistato. Ese período sería nuestra absolución histórica, ya que volveremos a él cuando querramos regresar a la Historia. Para quienes nacimos en pleno vacío histórico, allí está nuestra música, nuestra literatura, nuestra arquitectura, nuestro joie de vivre, nuestro Paradiso: un mundo completo, anterior a la muerte (histórica).

5. La Historia me absolverá es un documento retrógrado, pues lo histórico –vale decir, lo consumado, por definición– es el agente encargado de proveer absolución. Si el batistato es el fin de la Historia, entonces esa absolución sobrevendrá, necesariamente, en un futuro posthistórico.

6. Oremos:
"Y ¡cuánta charlatanería para justificar lo injustificable, explicar lo inexplicable y conciliar lo inconciliable! Hasta que han dado por fin en afirmar, como suprema razón, que el hecho crea el derecho. Es decir que el hecho de haber lanzado los tanques y los soldados a la calle, apoderándose del Palacio Presidencial, la Tesorería de la República y los demás edificios oficiales, y apuntar con las armas al corazón del pueblo, crea el derecho a gobernarlo.”
7. En el momento de crisis absoluta, en el llamado Período Especial –cuando nuestra tendencia al no ser nos llevó al borde de la extinción– la polis batistiana, con sus carros “del año”, su música de traganíquel, sus vedettes ajadas y sus antiguallas culturales nos salvó, efectivamente, de la muerte. Nos absolvió. Nuestra Historia “última” nos volverá a absolver siempre. El Período Especial –que según informes recientes no ha terminado aún– demostró cuán rentable puede ser, para la Revolución que lo aniquiló, el período que precedió al Fin. Desde entonces vivimos en un tiempo prestado: el batistato, que es nuestro “último grito”, nos presta su modernidad radical para que sigamos exprimiéndola, sacándole el jugo como vampiros históricos; para que sigamos viviendo de su mediodía jovial y de su abandono trágico.

8. Volvemos a ese palimpsesto, a esa carta magna que el pasado envió al presente, con la misma ansiedad con que volvemos a los Cadillacs, al Wakamba, a Radiocentro, a Flogar; es decir, volvemos en busca de verdad, de razón de ser: La Historia me absolverá es el evangelio del batistato, su justificación jurídica y el alegato de autodefensa de una época de pasión cívica, de heroicidad trágica. El último momento en que unos ciudadanos iniciados en el respeto al Derecho y a la Justicia social tomaron las armas de la razón para defenderla al costo de la propia vida.

9. El batistato es nuestra edad de oro, y La Historia me absolverá, su canon literario definitivo. El personaje más completo, más logrado del batistato, es Fidel Castro. En su noveleta jurídica todavía existían las leyes –y el castigo por infringirlas– pero, sobre todo, existía la idea de una República. En esa obrita está resumida toda la Libertad que pudo amasar y expresar una época de libertinaje. Y también, la crisis, la negación de esa Libertad. El acusado se convierte en acusador, y encarnando al fiscal condenará la época de oro que lo engendró. En lo sucesivo, ya nunca dejará de ser juez y parte, defensa y fiscalía en una sola pieza, tanto para sí como para cada uno de sus súbditos. El salvador de la República que vemos aquí en su momento estelar, durante el desenlace trágico del fin de la Historia, devendrá destructor de la República. Y toda esta riqueza descriptiva, estilística y semiótica, está contenida en un solo panfleto, en un único auto de fé, donde Batista deviene Claudio; Cuba, Gertrudis; Fidel, Hamlet, y Martí, el fantasma del Padre.

10. Obra de teatro dentro de nuestro teatro del mundo: momento supremo de nuestra realidad. A partir de aquí sólo podemos perder realidad, hasta confundirnos con la Nada. Hoy se requiere una enorme y complejísima maquinaria de sofismas, toda una escolástica, para justificar, imponer o apuntalar la realidad que se desmorona. A partir de La Historia me absolverá, que es el cenit del batistato, comienza nuestra occidentalísima decadencia (con Leal Spengler incluído), nuestro desmoronamiento, nuestra posthistoria. Ya Cuba ha dicho y hecho todo, en todos los campos y a todos los niveles. No le falta nada, está completa. Se ha consumado, consumido en su propio combustible, derrotada por su propia gravedad, víctima de su propia grandeza. Reo de sí, asume su autodefensa, y es absuelta, para la Nada.

11. Las invariables barbas

Las invariables barbas
que asoman sus puntas en los arcos
redundarán en salvas
dirán que “eres lo más grande”
hundido con los enormes barcos
que atravesaban exclusas temporales
y las fosas nasales
por donde el vello asoma
rozando con tentáculos de aroma
la fría iteridad de la goma
fundida en pies banales
en crisis de adornitos invernales.

¡He aquí la sombra,
la sombra de la barba en los pezones
y las mismas razones
para ahogar sus pedúnculos en lágrimas!


Néstor Díaz de Villegas
(desde Middlebury, Vermont)

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viernes, julio 13, 2007

"Meyerlanskización" del espacio urbano

Imaginemos a un cartógrafo que entre a La Habana en el momento en que esa ciudad está a punto de alcanzar su posmodernidad definitiva, y cuyo mapa duplique cada accidente urbanístico y cada monumento republicano hasta llegar a re-producir la urbe en todos y cada uno de sus detalles, de manera que el simulacro contenga la misma plaza cívica, los mismos cabarets, los mismos hoteles, idénticos prostíbulos.
En ese espacio ideal, los gángsteres serán goodfellas (buenagentes), es decir, un mapeado de la buenagente real. Meyer Lansky duplicará a Fidel Castro, y éste proyectará en Lansky los contenidos de su alter ego. El espectador mira el escenario de Tropicana y ve a Lansky, aunque sea Castro el auténtico producto de una era de gángsteres-revolucionarios. A este proceso dialéctico lo llamo historical outsourcing.
El escamoteo contiene una carga lúbrica, por solo hecho de pasar Castro por Meyer. El doblez es dualismo erótico; el desdoblamiento, yugo sexual. Fidel Castro retiene el doble-sentido: goodfellas y buenagente. Su matrimonio con una Díaz-Balart lo marca, además, como parte de les bons gents, en contraposición a Fulgencio Batista que es el déclassé arquetípico.
Otro nivel de significado aflora cuando el lugar de la acción (o locación) es diseñado por uno de los grandes escritores cubanos del mismo período: Guillermo Cabrera Infante, que en su famoso libro convierte Tropicana en un espacio meyerlanskiano. La de-marcación de ese espacio espectacular es la obra de un escenógrafo que ha aprendido sus malas artes en las superproducciones de la MGM: Vista de un amanecer en el trópico debió haber sido Vista de un amanecer en Tropicana.
La meyerlanskización, que ocurre por obra y gracia del escriba y no del gángster, produce un material de alto rendimiento artístico y deja dividendos que el político cosecha directamente, y el escritor sólo de manera indirecta.

Néstor Díaz de Villegas
Los Ángeles


PD: Oda a Meyer Lansky

Meyer Lansky, Acteón que construiste

el Riviera en la costa americana

a la vista del Focsa, de La Habana,

emperador de signos de la noche

hecha de tinta y mugre de boleros

asistente de Dios en los asuntos

más turbios en los negros vertederos

por donde cae la sangre destinada

el mosaico de ángeles obreros

y la fuente de ninfas inconscientes

del destino cruel que le esperaba

a la Republiquita de la conga

la escultora llamada Rita Longa

tú elevador, tú látigo automático

OTIS, el sol, la barba del portero

encontraron la muerte en el sombrero

háblame Lansky de Ierusalayim

y abriguemos con zorros la esperanza

de que vuelvan el naipe y la ruleta

a decidir el sino de la Patria.

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viernes, julio 06, 2007

Narciso

En la boca virada por los años

en la torva mirada del Alzheimer

en el casco o pezuña desgastada

en el mono de Adidas y en la sangre

en la mano, en la uña y en el ganglio

en el diente postizo y en la barba

en el gris verdeolivo de la plancha

en la mancha de viejo y en el cáncer

en el paso inseguro y en el saco

lleno de polvo y mierda enamorada

en el pelo canoso y en la franja

en la risa, en la grieta y en la zanja

en el culo, en el colon y en la próstata

bocabajo, de frente y de espaldas

pronunciando el discurso de un apóstata

la soberbia chochera iconoclasta

en la pata del diablo y en la casta

en el culo, en el casco y en la tranca

en la cerviz de atleta que remanga

en el rayo de artista que descarga

su fogón itifálico en la Patria

de los tres trozos clásicos de caña

en el yayay, la yaya y en la ñáñara

de este muerto que en vida te acompaña

mírate Cuba y húndete en sus aguas.


Néstor Díaz de Villegas
Los Ángeles

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miércoles, junio 20, 2007

Vilma debajo del velo

La novia parece salida del catálogo de Adolfo’s Bridal. Dos líneas de perlas le cruzan la frente allí donde debió perlarla el sudor nervioso. Pero ella es la Dama de Hierro del clandestinaje. He aquí el modelo de las señoras que llevaron bombas en cajas de sombreros, petardos envueltos en papel de Flogar. Mírenla: aunque cueste creerlo, la dictadura comenzó aquí, en este preciso instante. Es ingeniera química, soprano, capitana de un equipo de voleivol, graduada del Massachussets Institute of Technology y nieta de franceses. Lleva la Revolución con suprema elegancia, pero ha compartido las acciones más sangrientas con los más curtidos pistoleros. No por gusto Frank País, un famoso terrorista santiaguero, la nombró su segunda al mando. Mírenla ahora, porque dentro de unos años el atuendo de la institucionalización la envolverá en su mortaja gris, y entonces será como una Pasionaria desapasionada, maletuda, gibosa, reaccionaria y fanática, alérgica a los reporteros (“¿De qué canal eres tú? ¿De los de la mafia de Miami?”), reprimida y secretamente cancerosa o parkinsoniana, que da igual. Pero esta foto de 1959 muestra su momento de gloria. Aquí es la novia del mediodía. Parece una virgen frente al altar de las masas, pero no se equivoquen: esta hija de la alta burguesía acaba de derrocar, a bombazo limpio, las más antiguas instituciones democráticas, y aunque ahora muera como Heroína de la República, a la Cuba futura le corresponderá degradarla, arrancarle las condecoraciones y expulsarla del panteón de la Patria.
Dicen que la casaron con Raúl. Que la boda fue arreglada. Que al Novio lo persiguen, desde la época de estudiante, los más oscuros rumores. Al periodista batistiano Otto Meruelo, por haberse atrevido a llamarlo “La China de los Ojos Tristes”, lo condenó a 30 años (de los cuales cumplió 20, en Isla de Pinos y en Ariza). Pero en esta foto “La China” aparece, irrefutablemente, como “la de los ojos tristes”. Ironías del destino: andando el tiempo, a la hija del matrimonio Castro-Espín le tocará encargarse oficialmente de los homosexuales. En lugar de tapiñarlos, su tarea consistirá en tapiñar al padre, en escamotear su papel de represor, en ocultar en el armario sus instrumentos de S&M. "Mi madre fue una de las primeras en denunciar que se estaban llevando a estas unidades a muchachos que eran homosexuales para reformarlos".
Mentira. Mentira. La mentira recibe a Vilma también a las puertas de la tumba.
Y quizás esta foto revele más de lo que deba revelar una foto de bodas.

Néstor Díaz de Villegas
Los Ángeles

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lunes, mayo 28, 2007

Racismo con sabor latino

El alcalde de la ciudad californiana donde resido es un japonés-americano, y los japoneses no celebraron su llegada al poder como si se tratara de un logro de “los suyos”. Tampoco los vietnamitas, los coreanos o los armenios se deslindan del resto de la sociedad de una manera tan marcada. Sólo el término latino conlleva una sutil (y a veces no tan sutil) carga racista que tal vez atañe exclusivamente a los mexicanos. Con sus emigrantes, México exporta a Estados Unidos antiguas desigualdades sociales, gravísimos problemas de castas, y, sobre todo, el irresuelto y muy espinoso “asunto del indio”. En lo adelante, esos problemas ajenos serán debatidos lo mismo en la selva de Chiapas que en las calles de Los Ángeles y Chicago.
Precisamente por tratarse de un asunto casi exclusivamente mexicano, el resto de los inmigrantes se ve en aprietos a la hora de identificarse con el concepto de “La Raza”, o con la mentalidad victimista que afecta ese movimiento. Es difícil concebir lo latino solamente en términos de pobreza y desventaja, cuando entendemos que se trata de la mayor fuerza económica de los Estados Unidos, cuyas multimillonarias remesas han logrado el milagro de sacar a flote las averiadas economías de sus países de origen.

Aun más difícil resulta explicarse el fracaso de una fuerza tan formidable en conseguir los cambios sociopolíticos que resolverían efectivamente el problema migratorio: el poder real de los latinos no debería radicar en la batalla por un status subrogado, sino en la lucha por transformar las sociedades que los marginan y los empujan al exilio. Tendríamos que ver la viga en el ojo propio, antes que la paja en el ojo ajeno.

Aunque los noticieros hablan hipócritamente de “lo nuestro”, las políticas migratorias que defienden –y que ahora están a punto de convertirse en ley– tendrán a la larga el efecto de convertir a México y a Centroamérica en “estados asociados”, aunque quizás no tan “libres”. (Dato alarmante: más de la mitad de la población de Zacatecas ha emigrado a los Estados Unidos). Una creciente dependencia, más bien que la anhelada soberanía, será la consecuencia inevitable de la emigración irrestricta. Si alguna vez el grito de las fuerzas de ocupación yanquis fue “¡Todo México!”, ésta parece ser ahora la consigna reaccionaria de un movimiento migratorio entreguista.

El jingoísmo es hoy el vicio “latino” de los malos reporteros. A los demagogos de los medios de comunicación les encanta el término, aún cuando lleven apellido tan poco latino como el de Sevcec. ¿Cuál ha sido la diferencia entre un agitador callejero y un animador de la televisión en español en las últimas revueltas? A veces ninguna. Con tal de mantener los altos ratings, Lucía Navarro, Rubén Luengas, Enrique Gratas, Raúl Peimbert o Jorge Ramos, están empeñados en propagar la falsa doctrina de “la Raza”, aun si para ello desestiman las graves consecuencias de su demagogia.

“Lo nuestro” se ha convertido en el martinete de una campaña mediática cuyo cariz político no debería seguir ignorándose. La televisión latina es un arma ideológica al estilo Al-Jazirah, dedicada a explotar cada incidente fronterizo y migratorio para sus mezquinos fines ideológicos. ¿Deberían ser multados Sevcec, Gratas, Ramos o El Piolín como lo fue Don Imus? Mel Gibson o Michael Richards fueron descaradamente racistas, mientras que los animadores latinos se nos venden como humanistas.

Al fomentar una imagen de “los nuestros” enfrentado a “los otros”, ¿no resultan los periodistas latinos tan racistas como Imus? ¿Quiénes son “los otros”, y qué es “lo nuestro”? ¿Cuál es esa “raza” de la que tanto se jactan los insidiosos locutores de la radio angelina? En McArthur Park, los policías los confundieron con los anarquistas enmascarados y les entraron a porrazos. Se trató de una especie de “acto fallido” que sacaba a relucir la verdad de manera oblicua: las máscaras de estos agitadores no son tan evidentes ni se compran en cualquier tienda de efectos deportivos.

Néstor Díaz de Villegas
Los Angeles

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lunes, mayo 21, 2007

El quinquenio feliz de Rey G, o la antorcha pasa a los transexuales

El escritor Reynaldo González osa insistir en el asunto de las reparaciones, según reporta Gerardo Arreola, corresponsal del diario mexicano La Jornada.
Mientras que por lo bajo González alude a “los crímenes” (“las ramificaciones y consecuencias de aquellos crímenes –y no asombre la palabra– tardan en curarse), entre dientes, precisa: “Esos daños, como es de suponer, agredieron también el prestigio de la Revolución, pusieron en duda su humanismo, que es su razón de existencia”. Únicamente en el discurso esquizofrénico de un intelectual cubano cabrían, en un mismo alegato, alusiones al “crimen” y al “humanismo” revolucionarios; y únicamente en la lógica torcida de un cobarde cabría lamentar que los crímenes dañaran “el prestigio” del criminal.
Ya se sabe: estamos, otra vez, ante las jeremiadas de quienes, a cambio de los beneficios de la rehabilitación, renunciaron al auténtico ejercicio de la crítica. Su misma condición (el reportero de La Jornada se apresura a apuntar que “el escritor” [fue] “víctima él mismo de las represalias oficiales”) exige de los rehabilitados aceptar el papel de voceros de la dictadura. Y, por fuerza, el de cómplices de sus crímenes.
Lo que revelan las palabras de Reynaldo González es que esas escogidas “víctimas de las represalias oficiales” tardaron en entrar por el aro, pero que, al final, también entraron: sus declaraciones de hoy empalman perfectamente con la política oficial de renormalización. ¿No es, acaso, una constante del discurso público post-quinquenio que la readmisión al redil pase por un compromiso de ambigüedad? ¿No es un dato de la mayor importancia que estos oscurecidos intelectuales hayan salido a la luz armados de sofismas, y que esos sofismas caigan, invariablemente, en la doble categoría del “humanismo/crimen”, o lo que es lo mismo, en la categoría de las paradojas?
¿No es esa, realmente, la marca de su racionale? Henry James, en el umbral de The Sacred Fount, lo dijo antes y mejor: Such premonitions, it was true, breed fears when they failed to breed hopes, though it was to be added that there were sometimes, in the case, rather happy ambiguities. Felices ambigüedades, concebidas por un miedo que fracasó en parir una esperanza.
Pero ahora, ¡resulta que la era está pariendo un maricón! “En forma paralela”, continúa el reportaje de Arreola, desde la ambigua Habana, “el jueves se celebró en Cuba por primera vez el Día contra la Homofobia, promovido en el mundo por organizaciones no gubernamentales y convocado aquí por el Centro Nacional de Educación Sexual”. En representación de las locas, un transexual no identificado se quejó de la manera en que todavía los machos las vapulean. “Lo peor para nosotras es pasar frente a una secundaria”. Y son estas locas que no pueden pasar frente a las secundarias quienes tomarán la antorcha de la rectificación de errores de manos de los Premios Nacionales de Literatura. Abel Prieto no está para andar escogiendo; Arreola, con instinto infalible, lo advierte, y mete a Reynaldo y a los transexuales en el mismo saco, en el mismo paquete informativo. Aún así, el Premio Nacional de Literatura insiste en que no va a ser ninguneado, ¡no señor!

La realidad es que “la guerrita de los emails” es asunto concluido; y que concluyó con la rehabilitación del misnomer inventado por Ambrosio Fornet. Esa etiqueta ambigua traicionaba, en principio, la naturaleza misma del período que pretendía definir. Se le ha objetado inexactitud taxonómica y escamoteo del auténtico tinte de la época. Se ha dicho que el Quinquenio gris ni fue gris, ni fue quinquenio; que fue más bien un milenio rojo, la mêlée rouge. Sin embargo, en su patético amago de rectificación, la revista Casa se conforma con el matiz intermedio y con la falsa medida de tiempo. Quindicennàle grigio, ¡tan ligero, tan fino! ¿Por qué no un hueco negro por donde se fue lo mejor de la intelligentzia cubana?
En fin, he visto a Ambrosio Fornet una sola vez en mi vida, en casa de la patrona de las artes y socialité universal Uva Clavijo de Aragón. Estaba como posado en el respaldar de una silla, oteando a una variada concurrencia compuesta de esa misma intelligentzia ninguneada. Me asombró su silencio, cuando había tantas cosas que decir. Estaba allí, simplemente, como si nada pasara, como si nunca hubiera pasado nada. ¿Por qué no hablábamos de la libertad de movimiento?, sugirió un pintor siquitrillado. Una exitosa poetisa, de paso por la capital del Exilio, confesó que no veía las santas horas de regresar a La Habana. Llevaba tres meses en Madrid, en París, en New York, y ahora en Miami, última escala de su periplo. Me pareció una declaración grotesca, rayana en lo obsceno, dicha así, frente a un grupo de desterrados. Después he comprendido que los intelectuales de la isla se han convertido en una especie de patrulla fronteriza, cuyos silencios e inconsistencias excluyen, por sí solos, la presencia de sus compatriotas. Y que Reynaldo y Ambrosio son el binomio de oro de la nueva represión humanizada: los Papito Serguera y Luis Pavón de un quinquenio feliz que podría extenderse otros mil años.

Néstor Díaz de Villegas
Los Ángeles

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domingo, mayo 20, 2007

Minerva le revela al arquitecto Rafael Fornés el antiguo sistema de aspiradoras del Capitolio


Eran mil y una noches de su viaje a La Habana,

el regreso en bateas y en blancas palanganas

de cruceros que arrían la bandera cubana

para izar la de yankees curiosos y distintos

que estudian sobre el campo antiguas dictaduras

como una especie rara, un capricho o un signo.

Se internó en el Salón de los Pasos Perdidos

buscando resplandores de diamantes robados:

una negra empleada de dientes amarillos

le mostró las salidas de bronce troquelado

con el nombre y la fecha del reino de Machado.

Le dijo: “Aquí escondido, en la entraña del monstruo,

hay un miasma de tubos y falsas plomerías

que conducen al sanctasanctórum de la mugre,

al lugar donde todos en uno convergían”.

Esa noche –trocado, oculto entre las sombras–

espera por los muertos que pasan vacuum cleaner:

difuntos senadores enroscan las mangueras

a los negros tragantes de la senaduría

y arrastran las cabezas de las aspiradoras

por las losas de mármol, ya polvo de República.

En sus fraques crujientes hay un brillo de tumbas.

Los botones caídos van a dar a la escoba.

El cepillo de cerdas de las aspiraciones

tiende una trampa sucia al polvo enamorado.

Con plumeros de aves de extintos paraísos

sacuden escabeles de regias esculturas

de diosas que bajaron de secretos Olimpos

para ser empleadas de la Isla de Cuba.


Néstor Díaz de Villegas
Los Ángeles

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sábado, mayo 12, 2007

Néstor Díaz de Villegas (Los Ángeles)

1. Libro de lecturas en hebreo, de la doctora Bella Bergman.
2. Great Ideas of Modern Mathematics, de Jagjit Singh.
3. Las conferencias sobre los poetas ingleses y El espíritu de la época, de William Hazlitt.
4. Cumbres borrascosas, de Emily Brontë.
5. The Cuban Story, de Herbert Matthews.
6. Diario inédito de Vargas Vila, editado por Raúl Salazar Pazos.
7. Reflections on Kurt Gödel, de Hao Wang.
8. Essays on Frege.
9.
El precio del coraje, de Manuel Márquez Trillo.
10. Genius, de James Gleick.

El libro de Singh está un poco atrasado, pero trae explicaciones muy inspiradas de los problemas básicos. Las conferencias de Hazlitt las leo a cada rato, lo mismo que los libros de Wang sobre Gödel. Cumbres borrascosas es la primera vez que lo leo en el original y me ha dejado en un estado de depresión profunda. The Cuban Story me ha descubierto un Matthews mucho más sagaz de lo que imaginaba antes de leerlo. Los Diarios de Vargas Vila han sido editados, a través de los años, por Raúl Salazar Pazos, el librero de la Cervantes, la librería que cogió candela el año pasado en la Calle Ocho. Los ensayos sobre Frege son de varios filósofos y matemáticos, y me dejan entender mejor a Gödel. Genius es la biografía de Richard Feynman, por quien quizás sea el mejor escritor de temas científicos, James Gleick, y de quien ya había leído Caos. El libro de Márquez Trillo es un recuento del Terror, escrito por alguien que lo vivió en Isla de Pinos y Boniato en los 60. Las lecturas hebreas son repasos de gramática y otras boberías: leo en voz alta de varios libros hebreos, una hora cada mañana, para no perder lo poco que sé.

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jueves, abril 19, 2007

Imagínese un asesino en serie...

Tiene veintipico de años y acaba de graduarse de la escuela de Leyes, pero en vez de ir él solo a matar, reúne un grupo de muchachos, los entrena en el uso de las armas de fuego y no les revela dónde ni cuándo será el asalto. Más tarde, aprovechándose de un carnaval, conduce a los asaltantes hasta una granja en las inmediaciones de un cuartel –que con los años será convertido en escuela, y que en la mente del asesino quizás ya lo sea–, y les explica que pronto atacarán ese cuartel, y que es el deber sagrado de cada uno llevarse en la golilla a tantos jóvenes oficiales como sea posible.
Imagínenselo entonces atacando el cuartel-escuela, la escuela-cuartel. Los obligados asaltantes, dirigidos por el loco asesino, provocan una carnicería histórica. Matan decenas y decenas de desprevenidos –tipos inocentes que jamás habían oído hablar de las teorías del asaltador sobre la maldad de los ricos y las desigualdades de clase. Muchos de los asaltantes caen engañados, confundidos con sus víctimas, pues llevan uniforme de escuela. La sangre corre, es una orgía de mierda, sangre y lodo.

Ahora imagínese que el asesino no muere. Que no se pega el clásico tiro, que no acaba consigo mismo. Imagínese que escapa. Que deja atrás una enorme cagazón, y que en vez de dispararse en la boca, horrorizado de sí mismo, sale tan campante de escena, se esconde en una iglesia y pide garantías. En el juicio repite sus razones: que si los ricos, que si la injusticia, la pudrición, la prostitución, la arrogancia de los poderosos, etc., etc… Y también dice: “ustedes me obligaron a hacerlo”. La prensa transforma al asesino en un héroe. El texto de su defensa se convertirá en un bestseller. Ya le había pasado a Travis Bikle, en Taxi Driver: quiso salvar a las putas, limpiar el mundo de escorias, asaltar un cuartel, una escuela o un bayú. Pero no llegó a darse el cabrón tiro, nunca mejor llamado “de gracia”. Se quedó encasquillado, con el índice pegado a un gatillo imaginario.
Ahora imagínense que, unos años después, el asesino llega a ser el director de la escuela…

Néstor Díaz de Villegas
Los Ángeles

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sábado, marzo 31, 2007

La vida de los otros: el mediodía del fauno

La noche de los Oscares es ocasión de fiestas privadas en las que los angelinos se juntan para ver por televisión un evento local que es también el espectáculo donde se decide el curso de la política imperial para el año entrante: nuestro idus de marzo. A mí me divierte mirar las caras de los nominados en el momento en que se abre el sobre y se anuncia el ganador. Este año el galardón se lo llevó, sin dudas, el director mexicano Guillermo del Toro: durante una milésima de segundo su rostro se trocó en una mueca tan bien disimulada que debimos rebobinar la cinta para captarla.
El laberinto del fauno era –estética, política y filosóficamente– lo contrario de La vida de los otros, la cinta del alemán Florian Henckel von Donnersmarck, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera. En El laberinto..., Guillermo del Toro reescribe la historia de la Guerra Civil española en clave disneyesca. Los maquis y las brigadas comunistas que fundaron un españolísimo soviet, se transfiguran –gracias a la magia de los efectos especiales gringos– en druidas de un bosque encantado, espíritus de la Naturaleza que, a la manera de Al Gore, quizás perdieron unas elecciones pero ganaron la batalla de ideas.
Por su parte, el personaje franquista del Capitán Vidal incurre en la secuencia de tortura mejor orquestada en toda la historia del séptimo arte. El mensaje de esta escena terrorífica es ambiguo: ¿Guantánamo? ¿Abu Ghraib? Tras el largo exilio de los comunistas ibéricos en tierras americanas, su persistente propaganda nos llega casi sublimizada, mexicanizada por el realismo mágico. La Historia absolvió a los ñángaras metafóricamente, y los nacionalistas ya no podrán impugnar el veredicto de la fantasía.

A la variante azteca de lo real maravilloso que, como un fantasma, recorre últimamente los cines del mundo, Florian Henckel von Donnersmarck opone un realismo socialista estilo germánico: en su filme sale a relucir la cara oculta de aquella luna de Valencia. He aquí lo que hubiese sido la España republicana: en vez de un solo poeta (malo) muerto, la persecución perpetua y sistemática de toda la intelligentsia.
La vida de los otros, que transcurre en el año terrible de 1984, es el augurio de lo que nos espera bajo un futuro ­–y acaso inevitable– régimen socialista. Es también el recordatorio de que, por perogrullesco que parezca, fueron los demócratas quienes fundaron una República Democrática Alemana y un fascismo modelo, resistente a la crítica y a la deconstrucción, provisto de un reparto de auténticos teutones –fríos, calculadores, y tan civilizados como los nazis. (Si esto pasó en Berlín, me pregunto, ¿por qué no podría repetirse en Kansas?). El Terror socialista, a pesar de las advertencias de quienes lo sobrevivieron, sigue siendo la Utopía de los reescribidores de la izquierda europea, bolivariana y estadounidense.
Si sustituyéramos a los gángsteres por comunistas, el argumento de La vida de los otros no sería muy distinto del guión de The Departed. Georg Dreyman es un dramaturgo de éxito, “nuestro autor no-subversivo más leído afuera”, según lo describe el teniente coronel Anton Grubitz, a cuyas órdenes espía el incorruptible capitán Gerd Wiesler, quien, además, enseña técnicas de interrogación a los cuadros que ingresan a las filas de la policía secreta.
En la nomenclatura de la Stasi, Dreyman es considerado un Tipo 4 de intelectual: el “histérico antropocéntrico”. Durante el estreno de su última obra, cae bajo el ojo clínico y ascético de Wiesler que, mirándolo con binoculares, descubre en él evidentes trazas de decadencia bajo la facha del “artista sensato”. Para Wiesler –que es el artista frustrado– la verdadera función no ocurre en escena, sino en el palco, donde un autor se revela como espectador de sí mismo.
Entra Bruno Hempf, el ministro de Cultura, que viene al teatro a admirar a la bella Christa-Maria Sieland (la Isolda del Tristán no-subversivo). Hempf encarga a Grubitz una falsa investigación, que le permita eliminar al rival y quedarse con la actriz. Para el ministro, que sigue a Stalin en cuestiones estéticas, un artista es apenas un “ingeniero de almas”, y ese materialismo mecanicista explica el instinto básico de la lucha de clases: lo que está en juego, a fin de cuentas, es la posesión, ya sea de las almas o de los cuerpos. La usurpación totalitaria es una función de la territorialidad bestial, y la penetración ideológica, de la sexual.
El Capitán Wiesler, cumpliendo órdenes que vienen de arriba, siembra de micrófonos el apartamento del dramaturgo; escucha azorado, primero, y luego extasiado, la vida de los otros. Es un mirahuecos con el poder de decidir la trama, el nudo y el desenlace. Anotando los malos pasos de sus actores se hace escritor. Sigue cada escena y cada acto desde un puesto de escucha en el ático; dibuja con tiza en el piso el plano de las habitaciones que se abren bajo sus pies. Es un demiurgo: el techo de los sospechosos es su solio.
La película vacila a veces entre Dogville de Von Trier, y el Show de Truman, de Peter Weir: Wiesler se vuelve el Klamm de un Castillo auscultado; o el Erich Honecker del chiste que un policía osa contar frente a sus superiores: Honecker, como la esfinge de Edipo Rey, propone las tres clásicas preguntas al sol de la mañana, al sol del mediodía, y al sol del atardecer. Pero el sol que agoniza no le responde, porque, como un vulgar opositor, ha escapado a Occidente.
Occidente es la tentación. Un informe secreto sobre las tasas de suicidio en Alemania Oriental para la revista Spiegel reúne a los disidentes en el apartamento de Dreyman. Para entonces, Wiesler ha sucumbido al embrujo de su propia narrativa y, con tal de salvarla –de alargarla– hace pasar por real la ficción de sus enemigos: reporta a la Stasi la escritura de un drama por el 40 aniversario de la R.D.A. que encubre el artículo crítico; luego deja escapar al poeta Paul Hauser en el Mercedes Benz de un tío que lo introduce de contrabando en Berlín occidental. Estos despistes hacen creer a los presos que son libres, que nadie los vigila: y la celda del dramaturgo, como la de Segismundo, pasa por territorio emancipado.
A partir de ese instante la labor de la fiana es asunto mecanográfico. La actriz delata a la máquina; la máquina aplasta a la actriz; el espía termina dedicado a la penetración epistolar. Una república brechtiana debe culminar en el absurdo, y Gorbachov aparece como Deus ex machina.
Mientras tanto, en las raíces de España, el sapo negro del comunismo duerme el sueño de la razón, a la espera de que los demócratas vengan a despertarlo para fundar otra república: El laberinto del fauno nos muestra el nivel inconsciente, arquetípico, de un sistema fallido que, en la La vida de los otros, se revela en toda su odiosa cotidianeidad. Florian Henckel von Donnersmarck ha captado en su filme el mediodía de la oscuridad, y desmitificado, con certero realismo, la patraña revisionista de lo real maravilloso.

Néstor Díaz de Villegas
Los Ángeles

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martes, febrero 20, 2007

Un soneto de Néstor Díaz de Villegas


soy uno y único y entiendo
que es demonio enterado de tu vista
el que sacude argollas perfumadas
para que tire el traje y me desvista

yo cumplo un ritual de paradojas
soy un no ser que imita a un alquimista
viejas monedas que saltan a la vista
desde el frío papel de mi redoma

y acuño ingratos versos a tu sombra
soy un tropel que evita la conquista
solo al hacer del mono la maroma

prejuzgando la fuga de la mona
entre cócteles y pases y revistas
sobre tu sien mojada la corona.

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lunes, febrero 12, 2007

The Dominguez Affaire

Mientras en las catacumbas de la UNEAC se celebraba la misa gris del Quinquenio Prieto, en las alturas de la blogosfera estallaba un iridiscente petardo cargado de silogismos: se trataba del erudito cubanoamericano Jorge I. Domínguez, embutido en un chaleco de ideas peligrosas.
Estadista sagaz y estratega empeñado en consolidar las conquistas espirituales y territoriales del castrismo, Jorge I. Domínguez sería la “esperanza blanca” de la cubanología si nos quedara aún el ápice de voluntad necesario para imprimir un vuelco a nuestra Weltanschauung. Pero, ¡ay!, al parecer estamos demasiado viejos para revoluciones.
El laureado profesor, descrito simultáneamente como “cubanólogo” y “dialoguero” por un internauta que oculta su identidad tras el seudónimo el hermano de juanita, tal vez sea el único comentarista cubano que merezca integrar hoy un gobierno de transición auténticamente revolucionario.
Precisamente, es el conformismo y la esclerosis de todo lo que se nos presenta como alternativa lo que produce tanta alarma y desazón en el actual panorama de los “estudios cubanos”. Si bien es cierto que al archiduque Carlos Alberto y al juglar Raúl Rivero –por poner dos ejemplos sacados de las “popularizaciones”– no les falta carisma, sensatez o valor, no lo es menos que carecen escandalosamente del elemento sorpresa que debía acompañar a lo nuevo.
El doctor Domínguez, en cambio, corta por lo sano: después del castrismo no viene, ni puede venir, la democracia: ¡eso sería un retroceso! Lo que venga tiene que ser mucho más elaborado: ya Cuba probó sus designios continentales, globales; produjo ideología, injerencias, presiones, guerras, crisis, chantajes, conflagraciones directas o indirectas, y hasta homeopatías para curar a la chusma. ¿Cómo contraernos, después del castrismo, en los confines asfixiantes del pluralismo, en el provincianismo de una República, con su propiedad, su prosperidad y su representatividad? De eso nada. Después del castrismo, nuestra idea del mundo se consolida y regresa enunciada por teóricos de Harvard. Nuestra democracia, si es que llega a serlo, será un gobierno de democrats, es decir, de puritanos socialistas, porque nuestra política es, y será siempre, un asunto de geografía, y en Norteamérica lo “democrático” ya ha tomado el camino del socialismo. También en esto –Reinaldo Arenas dixit– los cubanos “venimos del futuro”.
Lleva razón el profesor Domínguez cuando, en su contaminado castellano de Nueva Inglaterra, predica (en El comienzo de un fin, octubre-diciembre 2006, edición mexicana de Foreign Affairs): “En el informe de gobierno de Estados Unidos publicado, precisamente, en julio de 2006, días antes de la delegación de mando de Fidel a Raúl (…) se menciona una asistencia para impedir las enfermedades infecciosas, sin darse cuenta de que el sistema de salud cubano puede brindar mejor tales lecciones al estadounidense.” ¿Y quién duda –cabría preguntarse– de que el inminente retorno de los Clinton a la Casa Blanca significará la puesta en práctica de “tales lecciones”? Si los cubanos nos anticipamos revolucionariamente en cuestiones salutíferas, ¿quién quita que un clintoniano sistema de Salud Pública, calcado del castrista, no adopte también su epidemiología, y que, igual que absorbió nuestra falsa conciencia, la emita en esporas de política externa, y de medicina interna?
Ante el retrato hablado de su Raúl Castro, Domínguez pondera: “¿Cómo gobernar a una Cuba que no le conoce, a una Cuba que nunca le otorgará el galardón de líder carismático?”. Y la respuesta, en forma de oráculo, nos llega dentro de una galletita china: “Prosperidad”, como si en Cuba esa palabra no fuera sinónimo de “exilio”, de “pasado”, de “batistato” incluso, por ser éste el último referente de “lo próspero” que se ofrece –en las ruinas de una Edad de Oro– a la imaginación de los cubanos. “Prosperidad”, en Cuba, evoca cualquier cosa menos un “futuro” oriental.
Lo que no quiere decir que el despegue económico que elude a la mayoría de los países de la región, no sobrevenga en Cuba naturalmente, y casi sobrenaturalmente. Pero una Cuba próspera y capitalista también atraería una ola imparable de inmigración latinoamericana hacia “el milagro cubano”. A la caída de Castro, La Habana será por fin la Meca y el Hong Kong de las Américas, y si no contraponemos un gobierno fuerte a la avalancha de buscadores de reliquias, pereceremos como cultura en unos pocos años. Como se sabe, somos cada vez más populares, más hot, y quizás, hasta demasiado cool. A ese efecto geopolítico lo llamaré aquí “nuestro recalentamiento global”.

De estas cosas no parecen percatarse nuestros pensadores, por estar demasiado comprometidos con el negocio de las lamentaciones. Salir de Cuba y sumarse a la disidencia los vuelve automáticamente cretinos. Las cubanerías dejan dividendos, y la paz y el amor son un negocio redondo. Pocos están enfrascados en formular políticas. Los estimados académicos de estos 50 años dejan mucho que desear. LASA, por ejemplo, se ha convertido en un club de convencionalistas que cada dos veranos se dedica a surfear en la estela del castrismo. Lo mismo pasa con el Cuban Research Institute y otros think tanks estancados. Los intrépidos “dialogueros” de los 70’s –como la prescindible señora Pérez-Stable– degeneraron en comentaristas ñoños, en zurcidores de retazos. Los filósofos están ocupados en sacarse del ombligo la suciedad del desengaño. Y es en este panorama donde entra el profesor Domínguez como un jihadi, o como lo que en Massachussets llaman un maverick.
Mas he aquí que, como una mano de naipes que llevara las jetas de los diez más buscados, el equipo de transición castrista perdía, con el Pavongate, su primera apuesta. Y lo de Jorge I. Domínguez, por ser menos conspicuo aunque más relevante, no acaparaba gigabytes. Mirábamos furiosamente al pasado como quien mira al sudeste, cuando el enfant terrible de la cubanología yanqui puso en axiomas eso que entre nosotros –cubanos uníos­ de todos los países– se había considerado siempre impensable, inconcebible, inefable: que el castrismo no deja ver a Castro. O lo que es peor: que Castro no deja ver el castrismo.
Examinemos este razonamiento bomba del profesor Domínguez: “Si bien es cierto que se transfiere a [José Ramón] Balaguer, actual ministro de Salud Pública, la responsabilidad principal sobre ese tema, no es menos cierto que Balaguer ha sido principalmente un político y que su especialidad es la ortodoxia ideológica y el entorno internacional de Cuba”. Dicho de otra manera, que nuestras enfermeras han desembarcado ya en Normandía; que el Ministerio de Santé Publique sobrecumple sus metas; que en el quirófano del CIMEQ se decide la política exterior de la República.
El gobierno castrista, to be sure, también “podría brindarle mejor tales lecciones al estadounidense” en lo tocante a política regional. Pero, de nuevo, se trata de lecciones que “el estadounidense” sólo aplicaría si llega a efectuar el tan anticipado cambio de régimen. Ya se sabe: los Demócratas serían los únicos interesados en clonar los éxitos sociales del castrismo en Latinoamérica.
Sobre los éxitos militares cubanos en el continente africano, el profesor Domínguez nos revela que fue “una fuerza profesional, disciplinada, muy bien entrenada, fiel y eficaz, capaz de lograr tres veces en África lo que Estados Unidos no logró en Viet Nam”, la responsable de tales hazañas. Aquí se impone aquel apócrifo napoleónico: nuestras victorias pírricas se ganaron, doctor Domínguez, sólo en las páginas del periódico Granma. El costo económico, moral y político de la aventura africana fue más alto para Cuba –aunque ni se admitió ni se debatió públicamente– que el de dos, tres, muchos Viet Nam. Aunque el verdadero hecho a considerar, según se desprende del ensayo dominguezco es que, de alguna manera, nuestra sola presencia en África nos distingue del resto de las naciones, pues, más que su impronta real, el pensador de Harvard parece interesado en demostrar la eficacia simbólica de “lo cubano”.
Esa “eficacia simbólica” ha salido otra vez a la palestra pública a raíz del reciente debate entre el ex canciller mexicano Jorge Castañeda y el ex presidente Carlos Salinas de Gortari: Cuba es “la puerta del frente” de la política exterior mexicana, se ha confesado, un poco embarazosamente. ¡Cáspita! Si en otra parte dije que México es “nuestro Egipto” –por dar la medida de nuestra excepcionalidad–, ahora tendría que añadir que nuestro mercurial pueblecillo de judíos errantes desborda, metafísicamente, todos sus recipientes.
Pongámonos en perspectiva: el bolivarismo no es más que castrismo adaptado para Venevisión; y el chavismo, la conquista irrenunciable de nuestras tropas de asalto, de nuestra ideología cubana. Las brigadas del doctor Balaguer, enmendando un diagnóstico previo del doctor Guevara, han suplantado con terapeutas a los guerrilleros de las provincias bárbaras. Ya metimos la mano en el petróleo de Maracaibo, y un cable nos conecta al indigenismo rabioso, en vivo y en directo. El bolivarismo equivale al derecho de pernada del castrismo sobre las poblaciones indígenas del continente. Si antes, como consecuencia del Exilio, nos habíamos adueñado de las Telecomunicaciones venezolanas (purgas, fuga de cerebros, exilios, pavonatos, Papito Serguera, parametraciones, y telenovelas estaban íntimamente relacionados), ahora, en el gran esquema cósmico, renunciábamos a los canales de televisión para dedicarnos a los pozos de petróleo. Era una jugada de Cuba consigo misma, una jugada de Castro con su Exilio. (El castrismo se emite y absorbe, ¡a sí mismo!). Nuestra Diáspora obliga –aún cuando desistiéramos de las escaramuzas guerrilleroterapéuticas– con el peso específico de su presencia, y de su ausencia. La clonación del Líder ya está en marcha. Ha llegado el momento de lograr, sin Fidel, lo que Fidel nos impidió lograr. Dudamos, paralizados ante la imparable globalización del castrismo: pero míster Domínguez esboza –casi sin proponérselo– los prolegómenos de cualquier futuro foreign affair.
Porque solamente un cubanoamericano podría concebir el castrismo como negocio –o como negociación–, es decir, como contrato social panamericano, con derechos de clonación y tributos de autoría intelectual. Que hemos patentizado la revolución no es meramente un tópico: es una auténtica prioridad legislativa de la futura República. La Revolución es nuestro primer renglón, nuestro producto nacional bruto, pues la sociedad revolucionaria –como avisara Guy Debord– producirá sólo espectáculo.
Fidel, como buen hidalgo –Jorge I. Domínguez lo equipara a Alonso Quijano: “¿Quién no le reconoce como un descendiente lineal de Don Quijote que se enfrenta a gigantes?”– mal administró la Revolución: ahora toca a un equipo de tecnócratas cubanoamericanos reimaginar las funciones plenipotenciarias del comendador de Indias. Compárese el jesuitismo soso de los disidentes “varelianos”, o la rapacidad empresarial de los “talibanes”, y se verá por qué no hay cabida para ellos en nuestro porvenir geopolítico.
Redescubrir América no es el logro exclusivo del ingenioso hidalgo Fidel Castro Ruz: Martí, Carpentier y Lezama, tanto como Castro, son redescubridores de Américas. Lo cubano ya aspiró a redefinir –con el modernismo, el origenismo y el castrismo– lo Eterno americano. “Nuestra” América –después del modernismo, del origenismo y del castrismo– es un territorio cubanizado, conquistado. A eso aluden los mexicanos cuando nos llaman “umbral”.
Y por eso Domínguez, el solipsista, entona su “Honrar honra”: la antigua divisa de una nueva hidalguía. Mientras los ingenieros-taxistas, los doctores-lavaplatos y los senadores-limpiabotas son ya cuentos de camino del primer Éxodo, en La Habana de hoy los ingenieros son taxistas; los doctores, camareros; los abogados, lavaplatos y las filólogas, jineteras: proceso de reversibilidad anfibológica, de corsi e ricorsi, no muy distinto del que se operó siempre, al final de la Historia, entre hidalgos y escuderos. Los papeles se cambian, los roles se trastocan, nuestro mundo da una vuelta en redondo. Acabamos de vivir, sin percatarnos, la otra revolución: la Revolución que nadie anticipaba, porque sucedió dentro de la revolución.
Como un “dialoguero” cargado de explosivos que sube por la puerta del fondo a la guagua del revisionismo a go-go, lo que ha detonado con Jorge de Harvard es un petitio principii –revolucionario en toda su subversiva autoreferencialidad. O, dicho con ese hijo de España que perdió el seso mirando girar las aspas del Eterno retorno de lo mismo: “Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada, dentro de la Revolución todo, fuera de la Revoluc…”

Néstor Díaz de Villegas
Los Ángeles

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